viernes, 6 de enero de 2012

Tres Hombres Sabios

El Primer Hombre Sabio se llamaba Guillermo de Occam. Franciscano, estudió en Oxford a finales del siglo XIII, pero no pudo acabar sus estudios al ser acusado de herejía por la corte de Roma. Escapó a Munich donde continuó escribiendo hasta que la peste negra se lo llevó por delante. Seguía el principio latino de “ entia non sunt multiplicanda praeter necesítate” ( las entidades no deben ser multiplicadas más allá de lo necesario), aproximación que acabó conociéndose como “ la navaja de Occam”, cuyo uso aconseja elegir siempre la explicación más sencilla. Aplicado al diagnóstico clínico implicaría que ante un paciente aquejado de múltiples síntomas y signos clínicos, se debería buscar un único diagnóstico que los explique todos, en lugar de atribuir un diagnóstico diferente a cada síntoma. Esta manera de enfrentarse a los problemas clínicos ha llegado a ser definida en algún caso como "tacañería diagnóstica "( diagnostic parsimony), y recomienda seguir el dicho de que “cuando oigas cascos, pienses en caballos y no en cebras”.
El Segundo Hombre Sabio respondía al nombre de John Hickam. Éste si pudo acabar la carrera de medicina en Harvard  en plena guerra mundial. Su planteamiento ponía en cuestión el uso sistemático de la navaja de Occam. Dicho de forma prosaica: “los pacientes pueden tener tantas enfermedades como condenadamente deseen”. Es decir, cuando existen múltiples síntomas y signos es más probable que un paciente tenga varias enfermedades comunes, antes que una única enfermedad muy rara que los explique todos.
El Tercer Hombre Sabio era poeta: Joseph Crabtree, quien nació en Gloucestershire y estudió en los elitistas centros de Eton y Oxford. Aunque se considera que ejerció una notable influencia en poetas de su época mucho más conocidos ( Woordsworth y Tennyson sin ir más lejos), Crabtree presenta una radical diferencia con los otros dos hombres sabios: el carácter ficticio de su existencia, fruto más bien de la mente calenturienta de un grupo de académicos algo delirantes que decidieron inventarlo allá por el año 1957, con la intención de inyectar algo de picante en el aburrido mundo científico de la época. Desde entonces los distinguidos miembros de la Crabtree Foundation convocan anualmente las Crabtree Orations en su memoria. En una de éstas, el profesor Reginald Jones,antiguo consejero del famoso M16 británico y profesor de filosofía natural de la Universidad de Aberdeen contribuyó decididamente a ampliar el rico bagaje intelectual de Crabtree al considerar que “ no existe colección de observaciones mutuamente inconsistentes para las que la mente humana no pueda concebir una explicación aparentemente coherente, generalmente muy complicada”. Es decir, en materia de diagnóstico, predomina la tendencia a unir los puntos dispersos en una red única. Y no está mal que así ocurra, siempre y cuando no ignoremos las pruebas ( a veces muy evidentes) que refutan sustancialmente esa explicación única. En definitiva, cuando descubramos un diagnóstico unificador, antes de echar las campanas al vuelo sobre nuestra inteligencia, estaría bien testar su validez y no aceptarlo simplemente porque parece explicar todos los síntomas.
Otros tres hombres sabios, Mani, Slevin y Hudson, del Hospital en Manchester, examinan los principios de Occam., Hickman y Crabtree en el número navideño del BMJ. Como señalan, saber cuando seguir haciendo pruebas y cuando parar y aceptar una hipotética teoría,  determinan el difícil arte del diagnóstico clínico.
Estos Tres Reyes Magos, al igual que hacen tal día como hoy sus colegas de Oriente, nos traen tres útiles regalos: Occam aporta su Navaja, un buen principio general a seguir cuando se debe realizar un diagnóstico. Hickman recuerda que Occam no es siempre una regla infalible. Crabtree trae bajo el brazo la necesidad de ser precavidos ante elaboradas explicaciones que parecen explicarlo todo.
Como concluyen los tres hombres sabios de Manchester, la dificultad que supone combinar y usar acertadamente todo este conocimiento, significa  que para ser buen clínico hay que ser, en definitiva,un Hombre Sabio. En otras palabras, un rey mago.

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